
Durante mis años en la Costa Norte en los años 90, rara vez encontré personas parecidas a mí en puestos de poder. Seguí buscando experiencias e historias que resonaran con las mías. Pero en los principales medios de comunicación, en los entornos académicos, en los espacios de salud pública, en las instituciones culturales y entre los líderes del gobierno y del sector privado, no encontré a ninguna latina negra con la que pudiera identificarme.
Así que recurrí a los modelos que me rodeaban para encontrar la orientación y la inspiración que necesitaba: las mujeres (y algunos hombres) con las que me relacionaba a diario, las mujeres que me criaron y a las que vi simultáneamente batallando con la vida y celebrando la alegría de existir.
Advertisement
Como exinmigrante indocumentada, estudiante de inglés y latina negra, a menudo me decían que no pertenecía a este lugar, no siempre de forma verbal, sino por la forma en que estaba “parcialmente incluida” o totalmente excluida. Mi lugar predeterminado no incluía mucho poder. Las etiquetas implícitas me marcaban en todas partes; los estereotipos me presentaban incluso antes de decir una palabra. Si me atrevía a hablar, a menudo se malinterpretaba mi intención debido a mi marcado acento dominicano. Se me etiquetó como la latina que trabajaba demasiado y que sabía cuál era su lugar, se ocupaba de sus propios asuntos y cumplía. O era la latina audaz, ruidosa y animada, despreocupada y divertida, pero que no era muy respetada. No tuve muchas oportunidades de ser la jefa educada, profesional y responsable que aspiraba a ser.
Pero la fuerza del ejemplo de mi madre me moldeó. A una edad temprana, en la República Dominicana, se las arregló para irse sola a la ciudad y ser la primera de su familia en ir a la universidad, independizarse y ascender en su carrera. Quería más para sí misma y para su familia, y constantemente superaba sus límites. Como dominicana de raza blanca, se casó con mi padre dominicano de raza negra, desafiando lo que la gente de la época pensaba sobre “mejorar la raza” –en esencia, hacer la raza más blanca y por lo tanto “mejor”. Se desenvolvió con orgullo en la sociedad dominicana de clase media alta con sus tres hijos negros, inculcándonos grandeza, orgullo y ambición. Enalteció la forma de vernos a nosotros mismos, incluso cuando le preguntaban si eran los niños de “la ayuda”.
Advertisement
Antes de dejar nuestras vidas allí para empezar de nuevo en Estados Unidos, mis dos padres eran profesionales establecidos. Mi padre era el redactor jefe de un periódico nacional dominicano, y mi madre era una de las pocas mujeres líderes en la industria de la confección. Había lanzado su propia línea de ropa y dirigía fábricas con más de 200 empleados. Ella decía: “Si no sé, me lo invento, y en el camino averiguaremos”. Mami me dio el valor para empezar, aunque a veces no me sintiera del todo preparada. Su perspectiva y su seguridad de que “las cosas van a estar bien” nos ayudaron mucho cuando las cosas se pusieron difíciles aquí.
Mami tenía una actitud muy positiva. Cuando a los 15 años estaba limpiando baños a su lado, trabajando bajo mano como empleada doméstica por el salario mínimo, o haciendo cola en el distribuidor de alimentos, ella tenía una manera de hacerlo ver divertido. Su ética de trabajo y su perseverancia se me contagiaron. Unos años más tarde, a pesar de su rústico inglés y de un currículum que no significaba nada aquí, consiguió un trabajo en una tienda de lujo de la calle Newbury, y al poco tiempo ya dirigía el departamento de confecciones. Los clientes la buscaban para que les confeccionara elaborados trajes de etiqueta y, junto a mi padre, nos sacó adelante y nos envió a la universidad.
Advertisement
Hoy, 18 años después de la muerte de Mami, encarno en carne, alma, mente y espíritu a una jefa afrolatina educada que se muestra como la versión más auténtica de mí misma que jamás haya sido. Llegar a este punto ha supuesto un profundo examen de conciencia y una seria lucha contra el síndrome del impostor.
Durante un tiempo, me desenvolví en diferentes espacios y situaciones cambiando constantemente de código, alterando la forma en que me presentaba y los aspectos de mi personalidad para tener más posibilidades de “encajar”, un reflejo de la sociedad colonizada en la que crecí, en la que adherirse estrechamente a tu herencia europea blanca te facilitaba la vida. Pero una vez en la escuela de posgrado de Nueva York, me di cuenta de que no podía reprimir mis raíces, mi presencia o mi esencia. Una profesora y asesora, la única mujer de color en mi programa, me desafió a pensar de forma independiente y a abrazar todas las identidades que encarnaba. Mi verdadero ser empezó a surgir de forma natural, y me sentí poderosa al abrazarlo.
Advertisement
Me impulsa mi historia personal, una de las muchas historias de inmigrantes que conforman Massachusetts. Las historias de mis padres y de mi familia están llenas de desventajas y desigualdades, pero también son un motor de inmensa esperanza, resistencia y alegría. Y lo que me impulsa es la visión del futuro de mis hijos negros, afrodominicanos de primera generación en este país.
Rosario Ubiera-Minaya, anteriormente directora ejecutiva de Amplify Latinx, es la nueva directora ejecutiva de RAW Art Works en Lynn. Envíe sus comentarios a magazine@globe.com.