Línea Nacional de Prevención del Suicidio y Crisis: Todos podemos ayudar a prevenir el suicidio. 988 Lifeline brinda apoyo gratuito y confidencial las 24 horas del día, los 7 días de la semana para personas que están pasando por momentos difíciles. Puedes comunicarte con la Línea Nacional de Prevención del Suicidio y Crisis si llamas o envías un mensaje de texto al 988. Puedes iniciar un chat en línea en 988lifeline.org.es. También ofrecemos recursos de prevención y crisis para usted o sus seres queridos al igual que mejores prácticas para profesionales.
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UNA CALUROSA TARDE DE MAYO, las manos de Ysabel Garcia empezaron a temblar. El corazón le latía con fuerza y tenía ganas de llorar, pero no podía.
Se sentía atrapada. Desorientada. Confundida. Con sólo tres semanas viviendo en los Estados Unidos, Garcia, que entonces solo tenía 15 años, quería acabar con todo. Salir de su vecindario en la República Dominicana y mudarse a la casa de su tía en Springfield había sido una sacudida y sentía miedo de vivir en un país nuevo. Garcia también había empezado a sentirse como una carga para sus padres, que habían dejado atrás su comunidad y su cultura para que ella pudiera tener un futuro mejor.
Desesperada, hizo lo único que se le ocurrió: salió de la casa de su tía sin avisar a sus familiares y buscó el servicio de urgencias más cercano. Cuando llegó al hospital, dijo a la primera enfermera que vio en la recepción: “Voy a suicidarme, necesito ayuda”.
Garcia recuerda aquel fatídico día de 2008, agradecida por haber sobrevivido. Sin embargo, ahora, como líder en la prevención del suicidio, reconoce que muchos otros latinos en todo el estado y el país no han compartido la misma suerte en los últimos años.
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Desde 2010, más de 300 latinos en Massachusetts han muerto por suicidio, según el Sistema de Informes de Muertes Violentas de Massachusetts. Aunque el estado tiene una de las tasas de suicidio más bajas del país, un análisis de los datos de Massachusetts muestra que la tasa para los latinos aumentó bruscamente entre 2010 y 2020.
En 2010, hubo 3,8 suicidios de latinos por cada 100.000 residentes. En 2020, la tasa aumentó más del 55 por ciento, a casi 6 muertes por cada 100.000 residentes. Ese es el aumento más pronunciado entre todos los grupos raciales y étnicos en Massachusetts. El único grupo que vio una disminución durante la década fue el de los blancos, aunque la tasa sigue siendo la más alta en general.
El problema del aumento de suicidios entre los latinos se extiende más allá de las fronteras del estado. En todo el país, la cifra se disparó más de un 70% durante esos años, según un estudio de 2022. Los expertos en salud mental atribuyen este alarmante repunte a las desigualdades socioeconómicas que afectan a muchos latinos, como los altos índices de pobreza, los bajos niveles educativos y la discriminación sistémica, todo ello exacerbado por la pandemia de la COVID-19.
Aproximadamente 1 de cada 4 latinos en Massachusetts vive en la pobreza, tres veces más que los residentes blancos, según han descubierto investigadores del Instituto Mauricio Gastón para el Desarrollo de la Comunidad Latina y Políticas Públicas de la Universidad de Massachusetts Boston. Aunque Massachusetts es conocido por ser progresista, las oportunidades sociales son diferentes para todos, dice Gonzalo Bacigalupe, profesor de psicología de la UMass Boston. “Creo que esa fantasía de que todos estamos en ‘el mismo barco’ es ridícula”, afirma. “Estamos en barcos diferentes”.
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Si añadimos la barrera del idioma, los inmigrantes recientes y sus familias pueden sentirse desamparados, dice Jagdish Khubchandani, profesor de salud pública de la Universidad Estatal de Nuevo México e investigador principal del estudio sobre el suicidio de adultos latinos. “Muchos no ven un futuro”, dice, y añade con ironía: “¿Qué tan difícil puede ser para un joven de 25 años de primera generación que no sabe hablar inglés vivir en un estado muy caro?”.
Algunas iniciativas de salud pública destinadas a frenar el suicidio no abordan las causas profundas en las comunidades latinas, ya que a menudo carecen de suficientes proveedores bilingües y de conciencia de la dinámica cultural, afirman Bacigalupe y otros expertos y defensores.
Los resultados preliminares publicados este año, financiados por una subvención federal concedida al Programa de Prevención del Suicidio del estado en septiembre de 2020, respaldan esa afirmación. La subvención de $3,25 millones ($650.000 anuales durante cinco años) tiene como objetivo ayudar a poblaciones vulnerables específicas de Massachusetts, incluidos los hombres latinos en edad laboral, y modificar culturalmente las iniciativas de prevención existentes en todo el estado.
El racismo estructural, el acceso limitado a servicios de salud mental bilingües, los factores de estrés económico y los estigmas de salud mental dificultan los esfuerzos de prevención del suicidio entre la población latina del estado, según el equipo de ciencias del comportamiento de la subvención, supervisado por Airín Martínez, socióloga médica que estudia los determinantes sociales de la salud latina a través de la lente del racismo institucional. También es profesora adjunta de política y gestión sanitarias en UMass Amherst.
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El suicidio es una de las muestras más disfuncionales de una sociedad”, afirma Martínez. “Demuestra que la gente no está conectada o que no es una sociedad justa”.
A través de la subvención, el Programa de Prevención del Suicidio pretende reducir los comportamientos suicidas y las muertes en las comunidades de riesgo en un 10%. Para ello, el programa apoya iniciativas como grupos de discusión para hombres latinos y sesiones de capacitación para proveedores comunitarios sobre igualdad racial en materia de salud mental. Uno de los objetivos es mejorar la programación con la participación de los miembros de la comunidad, desde defensores hasta barberos, para abordar las lagunas sistémicas, como las deficiencias a la hora de informar sobre los suicidios de latinos y conectar a las familias con servicios útiles, según un portavoz del Departamento de Salud de Massachusetts.
Martínez subraya que la investigación y los hallazgos de su equipo están en curso para comprender mejor las barreras sistémicas y las fuerzas culturales, así como de imaginar de nuevo la atención. “Queremos volver a solicitar otra subvención, porque el trabajo no ha terminado”, dice sobre el financiamiento, que finalizará en 2025. “Seguimos teniendo disparidades y una muerte por suicidio es demasiado”.
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Mientras tanto, los líderes comunitarios también están llenando el vacío. Para apoyar a la diversa población latina del estado, compuesta principalmente por puertorriqueños y dominicanos, grupos comunitarios han creado alternativas que ofrecen atención de salud mental bilingüe y culturalmente informada a través de servicios de terapia tradicional y grupos de apoyo entre iguales. Bacigalupe afirma que estos grupos están infravalorados; al ayudar a los clientes a acceder a la vivienda, la alimentación y la educación, se han convertido en algo fundamental, dice.
En 2020, 12 años después de que pensara en quitarse la vida, Garcia fundó la organización de prevención del suicidio Estoy Aquí. Una sobreviviente del sistema psiquiátrico, como ella se describe a sí misma, Garcia cree en la importancia de la atención a la crisis, pero afirma que debería destinarse más dinero a ayudar a las personas a evitar el modo de crisis en primer lugar. Su organización ofrece iniciativas de prevención bilingües que exploran los puntos fuertes de la identidad latina y las conexiones entre la cultura, las desigualdades sistémicas y la salud mental en las comunidades latinas y negras.
Garcia piensa en términos generales, por ejemplo, cómo reducir la desesperación. “Tenemos que empezar a preguntarnos por qué. Vayamos a la fuente de este río”, dice. “¿Por qué [la gente] se ahoga en el río? Creo que ahí es donde Massachusetts está fallando”.
LOS PADRES DE GARCIA NO SABÍAN cómo ayudarla cuando confesó tener pensamientos suicidas. Su madre había inculcado a su hija la importancia de la educación desde pequeña y pensaba que estos arrebatos emocionales eran dolores de crecimiento. Sin saber qué más hacer, le dijo a Garcia que siguiera estudiando.
Garcia se licenció en psicología infantil y obtuvo una maestría en salud pública en la Bay Path University de Longmeadow. A través de su educación y trabajo, se dio cuenta de que algunas familias latinas, al igual que familias de otros orígenes, tienen dificultades para responder adecuadamente a sus hijos angustiados debido a conceptos erróneos sobre la salud mental.
En su papel de apoyo a las personas que buscan ayuda a través de Estoy Aquí, Garcia trata de encontrar un terreno común y se ha dado cuenta de que ciertas respuestas surgen repetidamente cuando un compañero confía en sus seres queridos: “¿Por qué te quejas?”, preguntan. “Tenemos comida en la nevera. Tenemos techo”.
También ha observado que la religión puede influir. “Si te quejas o dices algo sobre tu salud mental, significa que no tienes fe en Dios”, explica Garcia. “La religión puede ser una fortaleza para muchos latinos, pero cómo se usa y se habla de ella puede convertirse en un factor de riesgo”.
Cuando era adolescente, Garcia le dijo a su terapeuta que le disgustaba su aspecto y su cultura, pero los proveedores nunca lo abordaron en las sesiones. “Hablaba de cosas como ‘quiero ser blanca’ o decía ‘no me gustan los dominicanos’”, recuerda. Ahora entiende que esos sentimientos tienen que ver con el racismo antinegro y el colorismo con los que creció y, a través del diálogo, ayuda a otros a identificar esas influencias negativas y a desmantelarlas.
Vivir en Massachusetts como inmigrante exacerbó sus sentimientos de inutilidad y se sintió frustrada por el nuevo entorno. “La gente que se burlaba de mi acento y de mi inglés me hacía sentir que no pertenecía al grupo. Imagínate cómo crea eso las condiciones para tener pensamientos suicidas”, dice Garcia.
El día que Garcia suplicó ayuda a una enfermera de Springfield, pasó la noche en el hospital y una enfermera informó a su familia de su paradero. Por la mañana, se marchó con un plan: los trabajadores sociales visitarían a su familia. Aun así, según Garcia, cada vez que llegaban a su puerta lo hacían con suposiciones y desconociendo los factores de riesgo de los jóvenes latinos.
Durante dos años, pensaron que su salud mental era consecuencia de la negligencia de sus padres y que planeaba quitarse la vida, aunque ella y su madre les decían lo contrario. “Llamaban al 911 casi cada vez que venían a mi casa”, cuenta Garcia. Me hospitalizaron contra mi voluntad tres o cuatro veces en los dos primeros años que viví en este país”.
Mirando en retrospectiva, Garcia desearía que el personal del hospital y los asesores hubieran tenido los recursos necesarios para comprender las raíces de sus pensamientos suicidas en aquel momento. Necesitaba que la atendieran personas que comprendieran su origen, su idioma y su experiencia al llegar a este país, sin tratarla como si estuviera rota. “Si me hubieran hecho más preguntas, si no hubieran dejado que el miedo los empujara a tomar decisiones en mi nombre y se hubieran tomado el tiempo de profundizar”, dice, “habría significado una gran diferencia”.

FELIX N. VAZQUEZ, NACIDO Y CRIADO EN HOLYOKE, fue educado para ser el hombre de la casa. Su padre, originario de Manatí (Puerto Rico), le enseñó durante toda su vida lo que significaba “ser un hombre”: impasible y líder incansable. “Como padre latino, no me dijo: ‘Así es como vas a ser un hombre’, sino que lo modeló según sus normas”, dice Vázquez. “Yo emulé lo mismo: llorar no es de hombres y la depresión es solo para los débiles”.
En la cultura latina, hay una palabra para eso: machismo.
Estas normas sociales predominantes para los hombres latinos han tenido consecuencias peligrosas. El machismo, un arquetipo integrado en varias culturas latinoamericanas, establece un estándar de hipermasculinidad para muchos hombres, lo que deja poco espacio para la vulnerabilidad o la comprensión de las emociones y se convierte a veces en un factor de riesgo para el suicidio.
“El machismo es una ideología tóxica transmitida de generación en generación que no permite a los hombres hablar de nuestros dolores hasta que es demasiado tarde”, afirma Vázquez. Ahora, a sus 36 años, recuerda la presión de tener que cumplir con las expectativas de su padre de mantener económicamente a su familia, incluso cuando era un joven adulto. A los 18 años se mudó y vendió drogas, otra forma de parecer duro. “Hice sufrir mucho a la sociedad”, recuerda.
En 2020, los hombres latinos tenían tres veces más probabilidades de morir por suicidio que las mujeres, según el sistema estatal de notificación de defunciones. Aunque esta tendencia sesgada es similar a la de otras poblaciones, los expertos dicen que las personas de diferentes orígenes no deben ser tratadas de la misma manera. “Nunca van a tener las mismas experiencias”, dice Stephanie Marrero, trabajadora social clínica licenciada y defensora de la atención de la salud mental con sede en Springfield.
En diciembre de 2014, la vida de Vazquez se vio destrozada cuando su hermano mayor, su héroe, murió de una sobredosis de heroína y crack. Luego de perder el contacto con su hermano el año anterior, Vazquez cayó en un abismo de culpa. Por primera vez, pensó en suicidarse. No creía que se tratara de depresión e ideación suicida, solo era el momento de cambiar, pensó.
Dejó de vender drogas y acudió a una iglesia de Holyoke, se hizo pastor y encontró cierto alivio. Aun así, dice, se sentía “demasiado hombre” para buscar apoyo y lo que había debajo eran sentimientos no procesados en respuesta a la pérdida de su hermano y a un matrimonio difícil, al tiempo que mantenía a sus hijos.
El mundo de Vazquez se volvió oscuro y pesado, pero su mentalidad arraigada en el machismo lo hizo seguir adelante: una falsa sensación de poder le hizo creer que estaba bien. Al recordar los valores que le inculcó su padre, Vázquez pensó que solo tenía que aguantarse y que pronto superaría su depresión.
En 2020, su depresión empeoró; se aisló y dejó de responder a las llamadas telefónicas y los mensajes de texto de familiares, amigos y miembros de la iglesia. “Estaba sufriendo yo solo”, dice.
Un año más tarde, una noche, Vazquez lloró desconsoladamente en su habitación. La sensación desgarradora, el peso en el pecho y la falta de ganas de hacer nada se hicieron demasiado pesados. Solo, agarró su pistola, la sostuvo en su regazo y pensó en acabar con el dolor en lugar de “lidiar con todo el estrés y las expectativas de mi familia, mi pareja, mis hijos y mis padres, todas esas expectativas que creemos que tenemos como hombres”, dice Vazquez.
Necesitó todo lo que llevaba dentro para bajar el arma y elegir la vida. (Los datos más recientes muestran que en Massachusetts se utilizaron armas de fuego en 1 de cada 6 suicidios entre latinos en 2020.)
Vazquez recurrió a su “salvavidas”, un terapeuta que le remitió un amigo, quien lo ayudó a desenredar emociones enmarañadas por primera vez. Enseguida sintió que se le caía la fachada machista. “Reprimí tantas cosas hasta que no pude más. Ahí es donde el suicidio se convierte en un problema en la cultura latina”, dice, explicando que como hombre latino sintió que sería más fácil acabar con todo que hablar de sus emociones. “Es un cóctel para el desastre”.
Para Marrero, consejera de Springfield, muchos de los hombres latinos con los que ha trabajado encuentran la terapia una experiencia poco natural, porque no están acostumbrados a mostrarse vulnerables. “Cuando tienen el espacio para liberarse sin expectativas de lo que la cultura les impone, es chocante”, dice. “No saben si pueden confiar plenamente en la experiencia”. Sin embargo, al final de las sesiones, se da cuenta de que la aceptan, como hizo Vázquez.
Después de ver a su terapeuta durante unos meses, Vazquez desaprendió el pudor y la vergüenza de expresar emociones y, en otoño de 2021, cambió de carrera y se separó de su mujer, de la que más tarde se divorció. Hoy trabaja para detener el camino de escuela-a-prisión como coordinador de justicia restaurativa en la Escuela Secundaria Holyoke, una escuela de mayoría latina.
Al trabajar a diario con adolescentes, él reconoce cuántos niños latinos se ven afectados por el machismo y el dolor que puede causar desde una edad temprana, especialmente con la falta de acceso a recursos y oportunidades para desaprender los estigmas. “Sigo viendo mucho: ‘No, señor, no puedo decirle lo que siento’”, dice. No obstante, confía en generar un cambio al normalizar la salud mental y siendo un “referente” para sus alumnos.
“No tenemos a nadie que se parezca a nosotros a quien podamos acudir y decir: ‘Estoy deprimido’. Estoy dispuesto a suicidarme por mis responsabilidades y la fachada que pongo’”, dice Vazquez. Señala que es fundamental contar con alguien que pueda validar estas experiencias y diseccionar los traumas generacionales.
Con sus hijos, tres adolescentes y una niña de 7 años, Vázquez quiere establecer un nuevo estándar. “He cambiado mi forma de hablar a mis hijos con respecto a cómo me hablaba mi padre”, dice. “Era muy cariñoso, pero todo lo que podía dar era lo que sabía, que era ser duro”.
“Nunca les he dicho a mis hijos: ‘Aguántate, eres el hombre de la casa’, porque no lo son. Son mis hijos y no tienen que resolverlo todo”.
ANTES DE SALIR DE SU CIUDAD DE SANTIAGO, en la República Dominicana, en 2008, Garcia se sentía insegura y sufría ataques de pánico frecuentes. “Siempre tuve la sensación de que tenía que protegerme cuando salía”, recuerda. Por eso, el día que su familia se marchó de su Ciudad Corazón (el apodo de Santiago), Garcia estaba entusiasmada con su futuro. A mediados de abril, los Garcia volaron a Nueva York y condujeron hacia el norte, a Springfield.
Se fijó en las calles grandes y limpias y escuchó collages de idiomas. Cuando Garcia se instaló en una casa más grande, se sorprendió de que hubiera electricidad y agua corriente, un marcado contraste con los apagones rutinarios de su antiguo barrio.
Sin embargo, la emoción de descubrir un nuevo hogar no duró mucho. La gente se burlaba de su acento cuando oía salir de su boca palabras en inglés, lo que la condenaba al ostracismo.
Muchos inmigrantes, como Garcia, experimentan emociones confusas al principio. Jagdish Khubchandani afirma que esto afecta la salud mental, sobre todo cuando la gente se adapta a una nueva vida en un país diferente.
“La gente empieza a pensar en su estatus, en sus miedos, en si tendrán que volver a un lugar del que vienen lleno de conflictos”, dice. “Eso lleva a estos problemas de salud mental, que podrían causar pensamientos y comportamientos suicidas”.
La mayoría de las muertes por suicidio entre los latinos de Massachusetts desde 2010 se produjeron entre los nacidos en Puerto Rico y fuera de los Estados Unidos, llegando a ser 31 por ciento de los suicidios latinos en 2020, casi tres veces más en comparación con todos los suicidios en todo el estado. Los expertos dicen que razones como el choque cultural, el acceso desigual a los servicios sociales o las situaciones financieras pueden ser factores contribuyentes.
A pesar de ello, Bacigalupe dice que también hay que considerar los efectos adicionales sobre la salud mental de la retórica antiinmigrante y los estereotipos latinos en el discurso público “Todo suma”, dice. “Hay un punto en el que se va a volver súper tóxico”.
A LO LARGO DEL SIGLO XX, los latinos de Massachusetts se convirtieron en una importante fuente de mano de obra para las empresas en dificultades, informa el Instituto Gastón. Con el cierre de fábricas en ciudades industriales como Holyoke o Springfield, el aislamiento ocupacional y geográfico dejó a muchos latinos con escasas oportunidades de progreso social o económico, a pesar de vivir en uno de los estados más ricos del país.
Los incesantes problemas económicos cambian la forma de pensar y de procesar las emociones, lo que, según los expertos, puede llevar a pensamientos suicidas. “No te sientes valorado y el sentido de pertenencia se ve truncado”, afirma Khubchandani. “Eres más vulnerable a la depresión, porque estás constantemente en un estado de impotencia”.
Anna Hadingham trabaja estrechamente con residentes que luchan contra las dificultades sociales y económicas. “No podemos ignorar las repercusiones económicas; el hecho de que [los latinos] viven en sistemas económicos extremadamente injustos y excluyentes que los obligan a los 14 años a pensar en mantener a su familia”, dice Hadingham, directora de programas juveniles de La Colaborativa, una organización sin fines de lucro con sede en Chelsea que apoya a la comunidad inmigrante latina del Gran Boston. Ella ha trabajado con adolescentes cuyos cheques mantienen a sus familias.
A pesar de que muchos latinos en Massachusetts experimentan inseguridad económica, los investigadores de Gastón señalan que las comunidades vieron progresos antes de la propagación de la COVID-19 en 2020. No obstante, la pandemia lo cambió todo, ya que el virus afectó de forma desproporcionada a las comunidades latinas y negras. Las tasas de desempleo en el primer trimestre de 2020 aumentaron para todos en el estado, pero los latinos experimentaron el aumento más significativo, al superar el 25 por ciento.
Aunque no se dispone de datos más recientes sobre suicidios en el estado debido a que el sistema de notificación experimenta un retraso en la publicación de cifras, las cifras de 2020 captan una pequeña imagen de la conexión entre la pandemia y los suicidios latinos.
Los latinos solicitaron servicios de prevención del suicidio en tasas más altas en 2020, según la Encuesta de Impacto Comunitario de la COVID-19 de Massachusetts. Durante los primeros días de la pandemia, cuando la administración Trump estaba atacando duramente a la inmigración, dice Garcia, los migrantes y sus familias experimentaron muchas respuestas físicas estresantes debido a la incertidumbre sobre vivir en los Estados Unidos y el aislamiento, un factor de riesgo de suicidio para todos.
TODOS LOS CAMINOS A LAS INICIATIVAS DE PREVENCIÓN DEL SUICIDIO adaptadas a los latinos en Massachusetts parecen conducir a Garcia. Sus colegas dicen que fue una de las primeras defensoras en pasar a la acción y hablar con franqueza. “Ysabel lleva este tema en su mayor parte a cuestas”, dice Marrero.
En 2020, Marrero se cruzó con Garcia en un grupo de Facebook y, como superviviente de un suicidio, se sintió atraída por la pasión de Garcia por crear espacios para que la gente se comunique. “Normaliza las conversaciones tabú y lo hace sin pedir disculpas, al hablar de los problemas que subyacen a la salud mental; la falta de acceso y de representación y la lucha por conseguir ayuda”, dice Marrero.
Luego de entrar y salir de hospitales durante más de dos años en su adolescencia, Garcia se dio cuenta de que no se estaba curando. Después de su última hospitalización, encontró una forma de encontrar alivio sin violencia, vigilancia ni coacción; recurrió a grupos de apoyo entre iguales y a la curación basada en la comunidad. Estar en un entorno de apoyo entre iguales le abrió los ojos a las alternativas de atención a la salud mental. Después de eso, Garcia tomó la iniciativa de unirse a una serie de grupos (presenciales y virtuales) y conectarse con personas que pueden relacionarse.
A través de su trabajo en Estoy Aquí, Garcia espera establecer una norma de comunicación honesta y salvar vidas mediante conversaciones comunitarias sobre vivienda, aumento de salarios y otras formas de disminuir los índices de pobreza, una forma de ayudar a todos.
“No se invierte lo suficiente en la alegría”, afirma, lo que lo reduce a términos aún más sencillos. “¿Cuáles son las cosas que hacen que valga la pena vivir? Invirtamos en eso”.
Traducción de inglés a español por Day Translations. Anna Guaracao es investigadora en Boston Globe Today. Envíe comentarios a magazine@globe.com.
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