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Cuando era una niña creciendo en la Ciudad de Guatemala, para el Día de la Independencia, mi madre me vestía con un huipil tradicional. Esta es una blusa bordada con brillantes azules, rojos, amarillos y verdes; representando la guacamaya roja que habita en las selvas tropicales. Más o menos a medio día, caminábamos hacia el Palacio Nacional de la Cultura de Guatemala, y veíamos el desfile que representaba el viaje de los pobladores el 15 de septiembre de 1821. La fecha que representa, el momento cuando mi país —junto con Honduras, Costa Rica, Nicaragua y El Salvador— declararon su independencia de España.
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Pasábamos el resto del día comiendo tamales, bebiendo jugo de tamarindo y escuchando
“Luna de Xelajú” tocada en la marimba, un instrumento que simboliza la identidad del país, la unidad nacional y el patriotismo.
Después de mudarme a los Estados Unidos cuando tenía 23 años para completar mi maestría y perseguir una carrera en la industria del periodismo, me sorprendió lo mucho que extrañaba las tradiciones de mi tierra natal, el sabor de su comida y la alegría de la gente. La comodidad de conversar diariamente en mi idioma nativo.

Mis frecuentes viajes desde Washington, D.C. —donde trabajo— a Boston, donde ahora vive mi familia, nunca parecen dejar mucho tiempo para explorar a la comunidad centroamericana de Massachusetts. En D.C., me hice amiga de un grupo de centroamericanos a quienes les gusta compartir comidas tradicionales de nuestros países de origen. Ellos, se han convertido en una familia para mí. Al acercarse nuestro Día de la Independencia, tenía curiosidad por saber más sobre cómo vive mi gente en el área de Boston y conectarme con ellos.
A FINALES DE AGOSTO, Efraín Martínez y Alfonso Hernández planifican la celebración anual del Día de la Independencia de Centroamérica en la Plaza del Ayuntamiento, programada este año, para el 17 de septiembre. Los dos son cofundadores y líderes de la Alianza Cívica Cultural Centroamericana de Boston, una organización sin fines de lucro.
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Me permitieron asistir a una reunión de planificación en la sede de la organización en Dorchester. “Esa mañana [del Día de la Independencia] es extraordinaria para nosotros porque izamos con orgullo todas las banderas centroamericanas y podemos mostrar nuestra cultura e identidad a la gente que visita la plaza”, me dice Efraín.
Efraín y Alfonso forman parte de un grupo de líderes comunitarios centroamericanos que incluye a médicos, historiadores, empresarios y locutores de radio. Los dos se conocieron después de emigrar a Boston (Efraín de Honduras y Alfonso de Nicaragua), y se dieron cuenta de que, aunque la ciudad les ofrecía mejores oportunidades, sentían nostalgia. Por esto mismo, fijaron una meta: “compartir la riqueza de nuestra cultura con Boston, porque juntos somos más fuertes”, dice Alfonso.
En la reunión, me presentan a Bernardo Iglesias, de Costa Rica, uno de los líderes comunitarios y asistente senior de la Biblioteca Médica de Exalumnos de la Universidad de Boston. A Bernardo le apasiona la historia. Me enteré de que el primer grupo de centroamericanos que emigró a Boston se aventuró aquí, debido a la United Fruit Company (renombrada como Chiquita en 1984). Dicha compañía es una fusión que se forma en 1899 de la Boston Fruit Company y otras tres compañías bananeras del empresario Minor Cooper Keith, que transportaban productos agrícolas desde Centroamérica a Boston. Una de las sedes de la United Fruit, conocida por su controvertida participación en Centroamérica, estaba en Long Wharf. Asimismo, la diáspora de migrantes, llegó al área de Boston “aproximadamente a finales de los años 30 y principios de los 40″, explica Bernardo, “cuando llegaron en barcos y se dieron cuenta de que aquí, habían mejores oportunidades laborales”.
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En la década de 1980, las guerras civiles, la inestabilidad socioeconómica y política, y la falta de oportunidades laborales llevaron a muchos centroamericanos (aproximadamente un millón) a emigrar a Estados Unidos. Entre 1980 y 2013, la población centroamericana en Estados Unidos aumentó de 354,000 a más de 3 millones. En Boston, los latinos representan ahora el 20 por ciento de la población de la ciudad, según un informe de Publicaciones del Instituto Gastón publicado en julio. Asimismo, East Boston, Chelsea y Waltham han visto una afluencia de inmigrantes de muchos países diferentes a lo largo de los años, y los empresarios han aprovechado las oportunidades presentadas allí para abrir restaurantes de comidas tradicionales de los países de origen de los inmigrantes. Desde el 2000, dice Efraín, “los centroamericanos han dado vida a estas zonas”.
Carlos López, de El Salvador, es propietario de uno de los restaurantes más populares de Eastie. Durante más de 25 años, el Restaurante Topacio puso en venta pupusas salvadoreñas tradicionales: tortillas de maíz hechas a mano que se pueden rellenar con frijoles, queso o carne de cerdo. Carlos sirve entre 400 y 500 pupusas cada año en las celebraciones del Día de la Independencia en la Plaza del Ayuntamiento. “Para mí es un honor”, afirma.
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Antes de salir de la reunión de planificación, pregunto dónde puedo ir a comprar los mejores tamales. Todos ríen. No te pierdas la comida de Mónica Solares, me dicen. Supongo que es un secreto a voces.
Así que, a la mañana siguiente, decidí descubrirlo por mí misma. Estoy emocionada de desayunar en el Rincón Guatemalteco, una panadería que también vende alimentos en Waltham, un área que los centroamericanos llaman el corazón del vecindario guatemalteco de la zona metropolitana de Boston. Desde el momento en que entro a la pequeña tienda, puedo entender que es lo que afirma ser: Aquí se venden frijoles fritos guatemaltecos, queso en capas, cacao, maíz y café. Los aromas de molletes y torrejas —dos postres tradicionales— y tamales calientes de cerdo y pollo llenan el acogedor espacio, transportándome a mi infancia.
Mónica inmediatamente me ofrece un tamal de pollo, un mollete y una taza de café negro guatemalteco. Charlamos durante más de una hora y me entero de que es originaria de Zacapa, una zona empobrecida de Guatemala. Ella y su familia se mudaron a Waltham, donde abrió el acogedor restaurante hace 17 años. “Nos atrajo el hecho de que había una comunidad centroamericana presente, especialmente muchos guatemaltecos amables”, dice. Sus tamales son parte de cada celebración del 15 de septiembre.
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En tan solo unos días de conocer a la comunidad centroamericana de Boston —hablar y bromear en español, comer y beber jugo de tamarindo juntos, aprender la historia local e incluso aprender de Carlos López a cocinar pupusas—, experimenté la generosidad de espíritu de mi patria, y sentí un resurgimiento del orgullo que septiembre trae a nosotros los centroamericanos. Me he reconectado con mis raíces.
Como me dice Efraín en español y con una sonrisa orgullosa: “Niña, aquí los centroamericanos somos uno”.
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Traducción de inglés a español por Day Translations. Isabella Rolz es una periodista multimedia que cubre Centroamérica, inmigración y más. Envía tus comentarios a magazine@globe.com.