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My Boston History | Mi Historia En Boston

Mi noche en el Havana Club, el corazón de bailadores de salsa y bachata en Cambridge

Crecí bailando con familiares en Colombia, pero una fiesta bailable era una novedad para mí. ¿En qué me metí?

Bailando en el Havana Club.Jared Charney for The Boston Globe

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Un martes por la noche, a finales de agosto, me acerco ansiosa a un portal de Central Square. Una sola luz ilumina el lugar, que dice Havana Club pintado en letras fluorescentes sobre la puerta. Subo unas escaleras rojas y entro en un salón de baile de paredes blancas decorado con guirnaldas luminosas. Aunque crecí bailando salsa en reuniones familiares en Colombia y Filadelfia, y aprendí bachata en la universidad, una fiesta bailable es territorio desconocido para mí. ¿En qué me metí?

Unas 30 personas se sientan en sillas a lo largo de las paredes y se reúnen junto a la barra (cerrada los días laborables). Un remix de bachata de “Pareja del Año” crea la atmósfera mientras todos esperan la clase de baile que precede a la fiesta.

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Jeff Robinson, el dueño del club, me cuenta que cada semana acuden unas 900 personas a las clases, las fiestas bailables y las de fin de semana. “[El baile latino] les da libertad”, dice. Abrió Havana Club en 2004, cuando se dio cuenta de que Boston necesitaba un refugio para bailar sin que te juzguen. “No me sentía cómodo en otros clubes donde la gente bebía y se portaban como idiotas”, recuerda. Las noches en el Havana son, a propósito, un híbrido de salón de baile y discoteca.

La autora (en el centro) en su primera fiesta bailable, en el Havana Club.jared charney/for the Boston Globe

La gente entra a cuentagotas a lo largo de la clase de salsa y bachata (algunas noches, solo bachata, que tiene raíces dominicanas) y se mezcla. Robinson está en la cabina del DJ mientras varios instructores en el escenario nos enseñan los pasos. Al final de la clase, Robinson invita a todo el mundo a quedarse para la tertulia. Empieza con su canción favorita: “Mi Tierra”, de Gloria Estefan, un tema sobre la añoranza del lugar natal.

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La conozco. También era una de las favoritas de mi mamá. Ella murió en abril, pero con la introducción de percusión y la entrada de Estefan —”¡De mi tierra bella!”— cierro los ojos, me muevo al ritmo de la música y siento a mi madre cantando con ella.

“La música latina tiene algo que te llega al alma”, me había dicho Deysi Melgar. Es una veterana del Havana Club y se presentó aquí por primera vez en un grupo de baile de la escuela secundaria. “Los diferentes ritmos y las letras te hacen feliz”. La mayoría de las canciones de salsa y bachata narran un romance apasionado (“Burbujas de Amor”, por ejemplo) o una historia (“Rebelión”).

Bailarines en el Havana Club en un día de vacaciones.JARED CHARNEY/for the Boston Globe

Sonrío, con ganas de bailar. Al mirar a mi alrededor, me doy cuenta de que los ritmos del son montuno cubano están teniendo el mismo efecto en las decenas de personas que antes eran extraños y ahora se mueven libremente juntos sin importar su nivel de habilidad. Los sonidos de timbales y claves me envuelven y pierdo la noción del tiempo bailando con un extraño. Luces nebulosas iluminan a los bailarines con verdes, azules y rojos. Me invade una sensación de seguridad y afinidad mientras mi pareja me hace girar al ritmo de la salsa.

Muchos bailarines se mueven al ritmo de la salsa y la bachata como si hubieran nacido para ello. “No debería ser capaz de hacer esto”, me dice Vlad Davidkovich, riendo, después de bailar. Originario de Ucrania e ingeniero de profesión, lleva una década yendo al Havana Club, al que vuelve por el ambiente respetuoso, la oportunidad de relacionarse con “gente de diferentes culturas” y la sensación de libertad.

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Tras un confinamiento de 15 meses durante la pandemia, el deseo de interacción humana atrajo de nuevo a muchos. “Había una fila de una cuadra”, recuerda Robinson. “La covid reforzó que la gente necesita a la gente”.

El Día del Trabajo, como la mayoría de los lunes, atrajo al club a bailarines como Hannah Blume y Jeferson Canate.JARED CHARNEY/for the Boston Globe

A medida que transcurre la noche, la idea de “necesitar a la gente” se hace realidad: bailar en un lugar que, en palabras de Robinson, “no se toma demasiado en serio” resulta esencial. Entro y salgo de la pista de baile, no quiero irme.

Siento una conexión con una comunidad. Con mi familia a kilómetros de distancia. Con mi mamá.

“Propuesta indecente” de Romeo Santos suena al final de la noche mientras las parejas bailan a mi alrededor. No puedo evitar sonreír, al recordar cómo mi mamá y yo cantábamos esta canción, riéndonos de su letra. Santos empieza la canción susurrando: “Hola, me llaman Romeo”. Y a medida que la música instrumental avanza, muevo las caderas y los pies, fundiéndome en mis recuerdos.

Victor Alvarez y Jennifer Beauchamp en el Havana Club.JARED CHARNEY/for the Boston Globe

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Traducción de inglés a español por Sabrina Duque. Anna Guaracao es investigadora en Boston Globe Today. Envía tus comentarios a magazine@globe.com.