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A principios de la década de 2000, había un lugar especial en Boston que me hacía sentir como en casa, a kilómetros de mi tierra natal, México. Como inmigrante recién llegada, aún estaba buscando mi camino en mi nueva ciudad cuando encontré Sophia’s.
Sophia’s era un restaurante que tenía varias plantas y un club nocturno, pero era mucho más que eso. Era la comida —tapas y sangría—, así como las noches de salsa y jazz latino.
Pero el segundo y tercer piso, un club nocturno y una azotea comandados por DJs, era lo que hacía a Sophia’s realmente especial. Mis tres compañeras de casa y yo íbamos al histórico edificio de Boylston Street, cerca de Fenway Park, para relajarnos después de una larga semana. Trabajábamos como niñeras entre semana durante el día e íbamos a la escuela por las noches. Pero los viernes o sábados por la noche éramos simplemente cuatro inmigrantes latinas bailando “Whenever, Wherever” de Shakira, “El Niágara en Bicicleta” de Juan Luis Guerra y “Todavía” de La Factoría.
Sophia’s era uno de los pocos lugares en Boston donde no me sentía como una extraña, una extranjera. No era solo la música: era la mezcla ecléctica y amplia de clientes lo que hacía que el sitio, cuyo propietario era el Lyons Group, se sintiera auténticamente latino. A lo largo de los años, me he dado cuenta de que, a medida que la comunidad hispana ha crecido exponencialmente en Boston, la naturaleza de los espacios y lugares donde se reúnen los latinos — sitios culturales importantes que crean un sentido de pertenencia e identidad — ha evolucionado de una manera curiosa e inesperada.
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Lamentablemente, Sophia’s cerró a mediados de la década de 2000. Esa parte de Boylston Street es ahora el sitio de una nueva torre de apartamentos de lujo de 15 pisos. Pero durante su apogeo, formó parte de la historia del origen de la poderosa pareja latina Héctor y Nivia Piña-Medina, conocidos restauranteros propietarios de cuatro restaurantes vibrantes en Boston: Merengue, Vejigantes, Doña Habana y el recién inaugurado Cilantro.
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Héctor y Nivia se vieron por primera vez en una celebración de Nochevieja en Sophia’s en 1999. “Por eso nuestra hija se llama Sofía”, me dijo Héctor recientemente. En aquel entonces, mientras recibía el año 2000 en el club, Héctor se dio cuenta de que él y Nivia tenían un amigo en común, y le pidió que los presentara. Héctor había abierto Merengue en 1994 para ofrecer comida dominicana en Roxbury, y según recuerda: “Después de ver a Nivia en Sophia’s, mi amigo la trajo a Merengue. Le dije en ese momento: ‘Me voy a casar con ella’. Y él respondió: ‘Tú ‘tas loco’. Y míranos ahora, 23 años después”.
Sophia’s era tan especial que Héctor y Nivia siempre habían querido recrearlo. Es por eso que se asociaron con Dennis Benzan, exvicealcalde de Cambridge, para abrir La Fábrica Central en Cambridge en 2017. “Era la versión 2.0 de Sophia’s”, dice Héctor. Los Piña dejaron la sociedad dos años después, pero La Fábrica sigue abierta. Otros empresarios intentaron llenar el vacío que dejó Sophia’s en el mercado. En 2005, Jody Mendoza y Eric Liriano abrieron el ahora desaparecido club nocturno Mojitos en el centro de Boston.
Independientemente de todo, Héctor, un inmigrante dominicano, y Nivia, de Puerto Rico, le atinaron con su propuesta culinaria. Además de comida deliciosa, cada uno de sus restaurantes ofrece a los lugareños más que una probadita única de sus lugares de origen. Sus establecimientos forman una parte integral del panorama social y cultural latino de Boston.
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Merengue se convirtió — lenta pero seguramente — en un símbolo importante de la vida dominicana en una ciudad donde los dominicanos son ahora el subgrupo latino más grande
(con aproximadamente 39,000 personas), seguidos de cerca por los puertorriqueños (35,000), según las últimas estimaciones de la Oficina del Censo de EE. UU. A través de los años, el mangú de Merengue ha atraído a políticos dominicanos — locales y de la madre patria — y a jugadores de las Grandes Ligas. Las fotos exhibidas en las paredes incluyen algunas de David Ortiz, quien visitó por primera vez el establecimiento de Héctor en busca de arroz, frijoles y plátanos dominicanos antes de que se convirtiera en Big Papi y en una leyenda de los Medias Rojas.
El segundo negocio de la pareja, Vejigantes, se encuentra en el corazón de un lugar histórico puertorriqueño: Villa Victoria, una comunidad de viviendas asequibles que los residentes boricuas de bajos ingresos lucharon por mantener y desarrollar en el South End. Vejigantes, establecido en 2012, y Doña Habana, su tercer restaurante, con frecuencia son el destino de candidatos políticos latinos locales que organizan eventos para recaudar fondos.
Decorada con coloridos murales que representan la vida cubana, Doña Habana abrió sus puertas en 2016. Está ubicada en Massachusetts Avenue, cerca del Boston Medical Center. “Viajamos a Puerto Rico y Cuba para estudiar sus cocinas”, dice Héctor. “Creo que uno de los ingredientes de nuestro éxito ha sido que siempre intentamos diseñar platillos caseros y auténticos”.
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El desafío de un grupo demográfico en crecimiento como el de los latinos en Boston fue perfectamente expresado por una amiga que también fue mi profesora de periodismo. Recientemente se quejó conmigo de que aquí no hay comunidad hispana; en cambio, hay una comunidad dominicana, una comunidad puertorriqueña, una comunidad salvadoreña, y así sucesivamente. Tiene toda la razón.
“El origen nacional importa. No existe una sola identidad latina”, me dice Inés Miyares en una entrevista. Ella es profesora en Hunter College y sus áreas de investigación incluyen la geografía de la inmigración y los latinos en los Estados Unidos. “El idioma es compartido. Y se comparten aspectos de la historia colonial”. Pero a medida que la población se vuelve más diversa, también se vuelve más segmentada.
Por ejemplo, en comunidades ricamente diversas donde Inés ha realizado investigaciones, como Jackson Heights en la Ciudad de Nueva York, hay paisajes urbanos decididamente latinos: calles enteras donde la economía latina del vecindario es evidente. Pero, “Es como si cada negocio [en Jackson Heights] estuviera tratando de decir: ‘Puede que todos seamos latinos, pero yo soy colombiana o ecuatoriana’”, me dice. En general, los negocios latinos en este tipo de áreas tan diversas utilizan marcadores culturales, como un toldo con la bandera de su país, o un nombre específico de su tierra natal.
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Si uno se camina por Maverick Square en East Boston, eso es lo que se ve ahora: un paisaje urbano latino con microempresas adornadas con los colores de la bandera colombiana y restaurantes distintivamente latinos, como Rincón Limeño, uno de los mejores restaurantes peruanos en la región. East Boston, el vecindario con la mayor proporción de latinos en la ciudad, aproximadamente el 50 por ciento, es hogar de salvadoreños y colombianos, en su mayor parte.Históricamente, el núcleo de la vida latina de Boston estaba en Jamaica Plain. En 1990, era el vecindario con la mayor proporción de residentes hispanos, un 28 por ciento. Es por eso que el Mass Cultural Council designó en 2018 un área dentro de Jamaica Plain — Hyde/Jackson Square — como Distrito Cultural del Barrio Latino, la cuarta designación cultural en Boston. El distrito corre a lo largo de Centre Street, entre la estación MBTA de Jackson Square y Boylston Street, donde aproximadamente la mitad de las 104 empresas eran propiedad o estaban administradas por latinos en 2019, según el documento de planificación del distrito cultural.
“Las barberías y salones de belleza son centros de actividad, las bodegas brindan un espacio para los jóvenes latinos, y los restaurantes son destinos donde los visitantes disfrutan de la comida cubana, puertorriqueña y dominicana”, según dice el plan. “El nombramiento de ‘Avenida de las Américas’ otorgado en 2011 a Centre Street en el distrito resalta aún más esta identidad”.
Cambiar los nombres de las calles o las estatuas para honrar a una figura clave, ya sea de la vida latina contemporánea o de tiempos pasados (iconos como José Martí, el poeta e intelectual cubano), son otros ejemplos de marcadores culturales, me dice Inés.
Justo en el límite del Distrito Cultural del Barrio Latino de Jamaica Plain se encuentra un lugar hispano legendario — que es clave para la identidad del distrito — que lamentablemente podría estar a punto de convertirse en una reliquia: El Oriental de Cuba.
Nobel García, el propietario de El Oriental, murió hace casi dos años. Un obituario encontrado en internet no logra transmitir su dimensión como empresario pionero en la comunidad latina de Boston. Hijo de inmigrantes cubanos, Nobel llegó a Boston en 1957. Junto con su padre, abrió una tienda de comestibles en Hyde Park, según el obituario. En 1976, ampliaron el negocio y lo trasladaron a Centre Street en Jamaica Plain.
Un artículo del Globe de 1993 sobre comidas étnicas describe con delicioso detalle el sándwich cubano servido en El Oriental, establecido por el tío de Nobel el año anterior. Nobel empezó a trabajar con él poco después y, a finales de los años ‘90, se hizo cargo del negocio.
Merengue, de los Piña, y El Oriental son quizás los dos establecimientos latinos más emblemáticos de Boston, dada su continuidad. Ambos ya preparaban auténtica comida latina antes de que esta se convirtiera en una tendencia importante en Boston. Desde la muerte de Nobel, El Oriental de Cuba ha estado en manos de las dos hijas de Nobel. En una señal de lo pequeño que puede ser Boston, es administrado por la sobrina de Héctor.
Una reseña gastronómica de 2008 publicada en el Globe señaló que hay un lugar como El Oriental en cada esquina de Miami. Pero en Boston, cualquiera puede decirte que El Oriental era el Cheers latino de la ciudad. “Es donde todos saben tu nombre”, dice Jeffrey Sánchez, exrepresentante estatal de Jamaica Plain que ahora es asesor sénior de Rasky Partners.

También era donde uno quería estar durante los dos acontecimientos cubanos más importantes de la historia reciente: el importante cambio en la política exterior estadounidense hacia Cuba en 2014 por parte de la administración de Obama — cuando declaró la normalización de las relaciones con la isla — y la muerte de Fidel Castro en 2016.
Cuando el presidente Obama hizo el monumental anuncio hace nueve años, me dirigí inmediatamente hacia El Oriental. El lugar estaba repleto de gente que disfrutaba del cafecito matutino. Nobel García era el mismo de siempre, divertido y exuberante, al mismo tiempo que expresaba dolor y sentimientos encontrados al hablar de su tierra natal, sobre lo cual escribí en un artículo de opinión. Dos años más tarde, cuando Castro murió, Nobel dijo a los periodistas locales que finalmente pudo abrir una botella de sidra espumosa con una etiqueta que decía “abrir solamente cuando muera Fidel”.
El Oriental sobrevivió a un intento de incendio provocado en el verano de 2005, y se reconstruyó y reabrió 14 meses después. A lo largo de los años, su permanencia ha inspirado a chefs locales que crecieron yendo al clásico restaurante cubano. Ha ofrecido un punto en común, un pedazo de latinidad, a generaciones de residentes latinos en Massachusetts. Y es que un sándwich cubano es un alimento esencial hispano por excelencia, así como los tacos. La comida definitivamente puede ser un lenguaje compartido entre los latinos, ya seas de Guatemala o Argentina.
El Oriental parece estar en un limbo: al parecer cerró inesperadamente el 16 de agosto. Abundan los rumores sobre su suerte: ¿Reabrirá? Un cartel escrito a mano en la puerta decía: “Cerrado hasta el Día del Trabajo”. Inmediatamente llamé a Lissette García, una de las hijas de Nobel, quien negó que el lugar hubiera cerrado. “Si algo cambia, tengo tu número”, me dijo. Pero El Oriental no reabrió sus puertas el Día del Trabajo. Y aparecieron nuevos carteles la primera semana de septiembre: “Cerrado por vacaciones”.
Al cierre de esta edición, no me pude comunicar con las hermanas para confirmar sus planes para el restaurante. Jeffrey Sánchez, por su parte, ha escuchado especulaciones sobre esfuerzos comunitarios para comprar el restaurante.
“La comunidad hispana se pregunta qué va a pasar”, dice, señalando que El Oriental ha sido fundamental para los latinos, incluso si la gente no se da cuenta. “La cantidad de actividad política que ha ocurrido allí a lo largo de los años — reuniones oficiales y no oficiales, sesiones estratégicas, etc. — y que nos ayudó a darle forma al futuro de Jamaica Plain es inconmensurable”, dice.
El Oriental figura constantemente en las listas anuales de lo mejor de Boston. También fue reconocido recientemente con el premio inaugural Business Legacy de la ciudad en 2023. El premio “no solo reconoce al restaurante en sí, sino a la increíble comunidad de Jamaica Plain que ha mantenido vivo este restaurante durante y después de la pandemia”, dijo Yvonne Torres, la otra hija de Nobel, al Jamaica Plain News en mayo. Según el sitio web de la ciudad, el premio tiene la intención de “garantizar que estas empresas heredadas puedan evitar el desplazamiento y aumentar su influencia”. Esas palabras ahora suenan un tanto irónicas.
¿Qué significaría para los latinos perder un lugar como El Oriental? En última instancia, es evidencia de lo que Inés, la profesora de geografía, me dijo sobre la fragmentación dentro de las comunidades hispanas. Al igual que cuando cerró Sophia’s, puede ser que la pérdida de puntos de referencia que representan un legado sea un resultado natural — una característica y no un error — de una población en crecimiento que se vuelve más diversa pero también cada vez más segmentada. Quizás sea geográfico; tal vez sea el resultado de la gentrificación. De cualquier manera, se ha perdido una parte importante del tejido cultural bostoniano.
Dicen que los símbolos reflejan el significado que les damos; que no son construcciones estáticas sino conceptos dinámicos moldeados por percepciones individuales y colectivas. Y, sin embargo, es innegable que El Oriental conserva una parte importante de la memoria institucional y cultural latina de Boston, como alguna vez la tuvo Sophia’s. No puedo evitar tener la sensación de que se debería hacer algo para preservar esos lugares tan llenos de historia compartida.
Traducción de inglés a español por Day Translations. Marcela García es columnista del Globe. Suscríbete a ¡Mira!, un boletín informativo de la columnista Marcela García de Globe Opinion con perspectivas y análisis sobre política, personajes, cultura popular — y hasta algunas curiosidades perrunas — escritas en inglés y en español. Regístrate aquí para recibirlo cada semana.
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Marcela García is a Globe columnist. She can be reached at marcela.garcia@globe.com. Follow her @marcela_elisa and on Instagram @marcela_elisa.