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Aterrizamos en Logan Airport una noche fría de la última semana de noviembre del 2021. Nos esperaba en el área de maletas un vietnamita delgado y sonriente que tenía en sus manos jackets, gorros y guantes para nosotros. Cuando salimos a la calle, el frío del invierno se coló por nuestro rostro. Recuerdo la mirada de mis tres hijos, una mirada de asombro, miedo e incertidumbre.
Mientras íbamos camino a Dorchester por la i-93, veíamos por el vidrio de atrás, las luces deslumbrantes del downtown que nos daba la bienvenida a nuestra nueva vida. Desde ese momento, no podríamos escuchar el nombre de Guatemala sin tener un nudo en la garganta, sin extrañar cada rincón y sabor de nuestro país y sobre todo, a nuestra familia.
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Como periodista guatemalteca refugiada en los Estados Unidos, mi camino a Boston es algo fuera de lo normal.
Durante varios años trabajé en Guatemala en un medio de comunicación que investigaba temas de violación a los derechos humanos, minería, corrupción y más. La investigación de estos temas siempre nos ponían en peligro, pero en Guatemala la persecución hacia periodistas no es novedad; aprendemos a vivir y trabajar con ello, y en mi caso, que también he sido defensora de derechos humanos, el peligro siempre estaba latente y con la conciencia que el precario sistema de justicia nunca resolvería nuestras denuncias. Pero un evento trágico en la historia de Guatemala cambió nuestras vidas por completo:
La mañana del 8 de marzo — día internacional de la mujer — del 2017, inició un incendio dentro de un salón de clases de un hogar estatal, en donde 56 niñas habían sido encerradas. Aunque el “Hogar Seguro Virgen de la Asunción”era un lugar que tenía como mandato brindar abrigo, resguardo y protección para niñas y adolescentes, ellas vivían bajo maltrato físico, psicológico, torturas e incluso, se supo luego que ahí operaba una red de trata. Solamente 15 niñas sobrevivieron el incendio con quemaduras graves y otras heridas extremas.
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Durante la emergencia, un grupo de amigas, mi mamá y yo, salimos a brindar apoyo a las víctimas y sus familias. Y hasta el día de hoy, seguimos trabajando en la búsqueda de justicia por las 56. Paralelo a esto, me dediqué a la investigación como periodista. En esta dinámica de investigación hice algunos hallazgos que me pusieron en el ojo del huracán, el resultado de eso fueron amenazas, persecución, difamación e incluso ataques e intimidación con arma de fuego. Así que a través de ACNUR salimos del país inmediatamente.
Llegamos a Boston como refugiados con muchos miedos, con la incertidumbre de un nuevo comienzo: un nuevo idioma, una nueva cultura, un nuevo sistema de vida y un clima con muchos extremos. Los primeros meses fueron muy difíciles, pero nos tomamos de la mano y comenzamos a construir las bases de nuestra nueva vida como parte de la resiliencia.
Tenemos la dicha de vivir en West Roxbury a pocos pasos de una reserva natural, en donde mi compañero de vida y yo caminamos por las mañanas con nuestra perra. Durante el verano, vamos a Walden Pond, nuestro lugar favorito de calma. En el otoño e invierno amamos el Boston Common y luego nos quitamos el frío con una sopa Pho cerca del barrio chino. Nos tomamos el tiempo para conocer museos y teatros maravillosos llenos de historia. Uno de los mejores momentos ha sido ir al Fenway a ver a los Red Sox y estamos con muchos deseos de ir a un partido de los Celtics. Amamos descubrir sitios nuevos: granjas de calabazas, sunflowers o laberintos de maíz. No deja de sorprendernos como una bandada de patos o pavos pueden detener el tráfico y la tranquilidad con que todos los automovilistas esperan a que lleguen sanos y salvos al otro lado de la calle.
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No quiero hacer una apología del “sueño americano”, ni mucho menos idealizar la migración a este país. La vida aquí no es tan sencilla como se piensa, pero ¡vaya que vivir en Boston nos ha dado una buena dosis de paz y oportunidades que hemos tomado con gratitud!. Es aquí donde estamos construyendo cada día nuestra nueva vida y es aquí el lugar que ahora llamamos hogar. Aquí es nuestro reinicio y estamos agradecidos de haber salido con vida de nuestro país y llegar a este lugar.
Un pedacito de Guatemala está en nuestro hogar: no faltan los frijoles, la crema y las tortillas. A veces, nuestra mente vuela y nos hace sentir en medio de la selva de Petén. Casi podemos sentir la sensación de la arena negra del mar pacífico en nuestros pies, sentimos el olor a incienso y corozo para semana santa y vivimos nuestra nostalgia con la esperanza de un día poder visitar nuestra tierra. Mientras tanto, seguiremos echando raíces en Boston y seguiremos celebrando la vida.
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Stef Arreaga es una periodista que vive en Boston. Envíe sus comentarios a magazine@globe.com.
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